22 Julio, 2020
Agile: objetivos claros, información fluida
Agile
Alan Cyment, facilitador de metodologías ágiles como Scrum, habla en su libro El espíritu de Scrum acerca de lo que muchos de los trabajadores del conocimiento sentimos y pensamos: ¿cómo hacer más simples y fáciles nuestros desafíos laborales? Y en esta línea, las metodologías ágiles pueden ayudar. Y mucho.
Veamos qué es y qué no es la agilidad organizacional.
La agilidad no son solamente principios, es una forma diferente de hacer las cosas. Vemos organizaciones que llevan años trabajando de una determinada manera, influidas y atravesadas por una cultura, hasta que perciben que los clientes cambian y comienzan a pedir algo distinto, y los empleados también empiezan a tener diferentes necesidades. Ello las impulsa a moverse y mutar. Pero el camino del cambio no es fácil. Hay ciertas pérdidas que la organización tiene que asumir, y frente a ello lo más complejo suele ser generar el debate explícito acerca de qué cosas perder y de qué manera. Este es uno
de los desafíos transformacionales más importantes.
La agilidad tampoco es “hacer las cosas como pinten”, según el conocido “hagamos y vamos viendo”. Si bien es cierto que vivimos sumergidos en un mundo en el que la experiencia es indispensable y realimenta, en la agilidad hay visión, estructuras y orden. La agilidad precisa de consenso y equipo. Y un condimento importante es la confianza, piedra basal que permitirá la autogestión y motivación de los equipos. La visión ágil nos permite tener un horizonte compartido; sin ese horizonte es muy difícil construir.
¿Cómo se construye ese horizonte?
A través de una “visión” o, dicho en un contexto ágil, del pensamiento compartido de hacia dónde ir, de cómo hacer las cosas. La visión nos posibilita tener una perspectiva, un sentido de lo que hacemos, y, a partir de ahí, definir una forma del hacer.
Si el camino nos conduce hacia la visión, significará que vamos por la vía correcta.
¿Qué otro elemento es indispensable en este camino?
Hablamos de forma, pero el objeto principal de cualquier práctica ágil es el cliente. Y si bien muchas veces se piensa en la agilidad como solo aplicable al desarrollo de software, en una visión más amplia la agilidad es un concepto que engloba a toda organización, a toda entidad que construya un producto o un servicio, en donde podemos identificar un cliente que espera un valor en forma temprana. Hace poco tuve una experiencia con unos alumnos del posgrado que estaban encarando su trabajo final. Ante el desafío que implica un proyecto de este tipo, les sugerí (sin etiquetar) trabajar de una manera ágil, es decir, ir construyendo valor, tener entregas y feedback tempranos –también equivocarse temprano–, y llegar a un producto final que fuera valioso para las dos partes. La realidad cultural nos llevó a que se transformara en un proyecto tradicional, es decir, nunca me mostraron avances, lo cual influyó en que mi humor cambiara, yo desconfiara del producto que iban a entregar y en la fecha de devolución tuviéramos todos que digerir un bodoque que estaba muy lejos de lo que se esperaba, desembocando en una frustración de ambas partes. Si hubiéramos discutido avances y generado confianza en la relación, si yo –como cliente– hubiese participado de algunas decisiones del equipo, es posible que el resultado hubiera sido distinto. Pero como dicen los historiadores, la historia “es” y no “hubiera sido”…
Los invito a que en algunas iniciativas prueben, se den permiso para equivocarse, integren a sus clientes en las decisiones, generen confianza, comiencen a cambiar la cultura de a pedacitos… Si pueden iniciar con esto, es posible que la agilidad pueda ser una realidad en sus vidas profesionales.
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